domingo, 7 de agosto de 2011

¿Conmemorar para qué? José de San Martín entre la Historia y las efemérides nacionales.


A.·.L.·.G.·.D.·.G.·.A.·.D.·.U.·.
Or.·. de Buenos aires, 3 de Agosto 2011 e.·.v.·.
V.·.M.·. y QQ.·.HH.·. Todos
¿Conmemorar para qué? José de San Martín entre la Historia y las efemérides nacionales.
Quiero comenzar mi plancha con una cita del semiólogo italiano Umberto Eco:
la historia podría entenderse como la práctica semiótica por excelencia, toda vez que nombra, y para hacerlo reconstruye contando lo que ya no está, pero partiendo de algo que nos ha quedado” Prologo a: LOZANO, J. El discurso histórico. 1994. p. 11.
En la cita, Eco nos advierte que la Historia (entendida como discurso sobre el pasado) tiene una dimensión esencialmente simbólica. La Historia es, en última instancia, no tanto la reconstrucción del pasado como su representación, esto es, la traducción en una narrativa de algo que ya no puede ser recuperado. En dicha representación, el historiador selecciona los hechos y los incluye en una “trama” que los dota de un significado. En este sentido, la historia nunca es una reconstrucción neutra, sino una práctica fundamentalmente política.
Como otros “hechos” de nuestra historia, San Martín refleja con claridad la dimensión semiótica (y en consecuencia política) del discurso histórico, incluso cuando éste se presenta bajo un barniz de neutralidad. Si bien San Martín ha generado una abundante bibliografía sigue siendo para nosotros una figura esquiva. Desde el bronce hasta el agente inglés, pasando por el indio bastardo, ha generado las más contradictorias y anacrónicas caracterizaciones. Por lo tanto, si insistimos en una semblanza conmemorativa o una apología de la figura del libertador nos haría caer en un estéril ejercicio escolar. Por el contrario, les propongo una reflexión en 2 partes. Primero: me gustaría hacer una breve e incompleta reseña en torno a las múltiples formas en las que el mito sanmartiniano ha sido construido y reconstruido a lo largo de la historia y como esas reconstrucciones estuvieron en buena medida relacionadas a objetivos políticos concretos. En segundo lugar, les propongo una reflexión conjunta de para qué debemos, si es que debemos, conmemorar la figura de San Martín. En otras palabras, los invito a usar su figura para pensarnos a nosotros mismos.
La Historia como disciplina académica surgió en el siglo XIX vinculada a la consolidación de los Estados liberales modernos. En ese tiempo, su incorporación en los recientemente creados sistemas educativos obedecía a la necesidad del Estado-nación de constituir un relato legitimante a partir de la práctica “científica”. Esta “ciencia histórica” fue la base sobre la cual se construyeron las efemérides, esto es, la traducción del pasado en un calendario de festividades que funcionaban como “memoria oficial” de la nación y en las que el pasado se ritualizaba para generar los lazos de solidaridad, jerarquía y pertenencia entre los miembros de la religión cívica.
En nuestro caso, el mito sanmartiniano y su inclusión en la religión cívica fue el producto de la generación posterior a la batalla de caseros. San Martín fue recuperado del olvido por un conjunto de hombres de letras entre los que se destacó Bartolomé Mitre. Mitre fue un activo promotor del mito sanmartiniano, que se materializó con la publicación de su célebre Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana (1887). A pesar de su declarada intención de reconstruir el pasado a partir de un escrupuloso manejo de las fuentes disponibles, el proyecto de Mitre distaba de ser una descripción neutra y su obra forjó una imagen sanmartiniana completamente coherente con su programa político. La dimensión política de la imagen de San Martín creada por Mitre queda en evidencia en los acalorados debates (en apariencia académicos) con V. López. En dicho debate, Mitre concebía a San Martín como la personificación de los ideales liberales a partir de una concepción esencialista de la nación que se articulaba en el antagonismo ficticio entre libertad y tiranía. Con una prolija selección de testimonios, el “primer historiador nacional” concebía al prócer como operación política o, si se prefiere, como herramienta en el debate en torno a definición misma de la nación.
La imagen sanmartiniana de Mitre se tradujo en un ceremonial republicano (las efemérides) que se desarrolló a partir de la última década del siglo XIX. En este desarrollo jugaron un papel fundamental las instituciones madre de la Historia nacional. La Academia Nacional de la Historia (1893) y el Instituto de investigaciones históricas de la UBA (1905). Ambas instituciones, aspiraban (y aspiran) a constituir la memoria histórica nacional generando un relato científico y “políticamente neutro” sobre el pasado.
Esta “Historia oficial” liberal y republicana de San Marín fue paulatinamente puesta en duda a partir de la crisis de los sistemas políticos liberales de entreguerras cuando un desigual grupo de historiadores que, en conjunto, se los ha etiquetado como “revisionistas” presentaban a un San Martín diferente. Si bien no podemos hablar de una escuela revisionista monolítica su unidad estaba dada por el interés en construir contrarelatos de la Historia liberal. Estas reinterpretaciones, aunque muy disímiles en contenido, desde la más rancia derecha ultramontana hasta la izquierda revolucionaria, pasando por un fascismo en diversos grados, todos ellos coincidían en su crítica a la democracia liberal.
En 1933 se fundó el Instituto Nacional Sanmartinano y se instituyó el 17 de Agosto como día del libertador. Ese mismo año se publicó, El santo de la espada de Ricardo Rojas. No es casual que la reactivación del debate sanmartiniano coincidiera con el particular clima político de la década infame. Durante este período, surgieron dos imágenes alternativas de San Martín que, sin embargo, coincidían en presentarlo en un ángulo antiliberal. San Martín podía ser alternativamente un devoto soldado católico o un demócrata popular pero era esencialmente el arquetipo del soldado, encarnación más pura de la nacionalidad por encima de la lucha facciosa. Paradójicamente, el primer peronismo, que fue el encargado de organizar los festejos del centenario de su muerte, no haría uso del discurso revisionista manteniéndose en los límites de la Historia oficial.
En la Argentina post peronista San Martín fue reinterpretado en virtud de un clima político progresivamente dominado por la violencia. Los movimientos de liberación de tendencia populista reinterpretaron la imagen sanmartiniana en clave nacional/popular e hicieron de la tríada San Martín-Rosas-Perón el símbolo de la resistencia contra el imperialismo. Mientras que la imagen del soldado apolítico y superador de la lucha facciosa fue asumido como modelo legitimante de los sectores que propugnaban la intervención militar para dirimir los conflictos políticos.
En las décadas que siguieron a la última dictadura los discursos en torno a San Martín se multiplicaron. Por un lado, ya no fue posible identificar una “Historia oficial” monolítica, por el otro las efemérides que constituyeron el culto cívico fueron paulatinamente vaciadas de contenido. Ahora, conviene interrogarse sobre este fenómeno que se ha vuelto parte de los discursos que, desde el sentido común, reprochan en la cultura política actual la trivialización de los símbolos nacionales. Nacidas para glorificación del Estado-nación las efemérides han sido arrastradas por la crisis de aquel. Con la imposición del capitalismo neoliberal, la primacía de formas supraestatales de organización, la pérdida de autonomía del Estado y su incapacidad de asegurar el bienestar general, asistimos al advenimiento de una sociedad post estatal. En este tipo de sociedad los discursos anti políticos/ anti estatales reflejan una tendencia a la desintegración del colectivo cívico a la vez que encubren una tendencia generalizada hacia formas cada vez más autoritarias e intolerantes de hacer política. El discurso anti estatal hace de los ciudadanos meros consumidores políticos. En este contexto, en el que el mercado es el único criterio racional de representación de la sociedad no es extraño que los símbolos construidos por el Estado sufran el mismo proceso de cuestionamiento.
Ese mismo liberalismo que en el siglo XIX se abocó a la construcción de los Estados nacionales se plantea hoy su desestructuración. No es de extrañar que los símbolos que constituyeron la forma en que el Estado operaba sobre la sociedad, hoy hayan perdido vigencia. Nuevas formas de representar la nacionalidad se imponen a los viejos mitos. Los antiguos símbolos constitutivos del ser argentino comparten o se ven desplazados del espacio de sacralidad por nuevas simbologías. El “patriotismo” no ha desaparecido sino que ha transmutado en formas diferentes.
Si el Estado nación se ha puesto en duda sus símbolos también. En este sentido, al mismo tiempo que la historia académica ha abandonado a los próceres y los reemplaza por otros objetos de estudio, desde la literatura ensayística surgen nuevas miradas que reflejan ese sentimiento anti estatal: Me refiero a la tendencia a la Historia como anécdota escandalosa que traslada al pasado los métodos de la prensa amarillista. Así San Martín, como los funcionarios públicos, es “descubierto en sus miserias”: ya sea un agente inglés o el hijo bastardo de la aristocracia terrateniente.

En este mismo templo se ha sugerido que la pérdida del sentimiento patriótico en los últimos años ha sido el producto de la acción de sucesivas políticas abocadas a destruirlo. Debo decir que estoy en desacuerdo con esta opinión por dos razones:
En primer lugar, no es cierto que desde el Estado no se promocione el patriotismo. De hecho, en los últimos años la Historia como relato virtuoso de la gesta nacional ha retomado protagonismo a partir del discurso estatal. Por supuesto, en estos casos el uso del mito sanmartiniano fue político, pero no menos político que el uso que le dio Mitre. En este sentido, el problema no es tanto la valoración que hagamos de él, como analizar su capacidad de construir un imaginario en una sociedad reactiva al discurso estatal.
En mi opinión el problema a resolver no es la falta de patriotismo sino interrogarnos por qué los discursos patrióticos carecen hoy de impacto en la sociedad. Por lo tanto, no es la falla de un gobierno, o gobiernos, sino la pertinencia misma del concepto liberal/republicano de organización política lo que está en juego. Si hoy en día las instituciones republicanas parecen bastardeadas no ha sido por una falta moral de la clase política sino por la propia incapacidad del sistema democrático para presentarse ante la sociedad una forma viable de constituirla.

En segundo Lugar. Personalmente creo que en este contexto, los discursos nostálgicos por los viejos rituales cívicos y el “patriotismo” perdido no resultan operativos para una sociedad cuyas bases han cambiado radicalmente. No creo que ese sea el camino, y nuestra tarea debería ser, por el contrario, pensar colectivamente como masones cómo podemos cooperar en la construcción de un nuevo paradigma social en una sociedad que no es la que imaginamos.
Para concluir, Historia y política son dos caras de la misma moneda. La Historia (como una práctica) nunca fue ajena a los proyectos políticos de quienes la escribieron. De hecho, podemos decir que la política es constitutiva de cualquier discurso en torno al pasado. Las diversas imágenes que los historiadores y las efemérides proyectaron del mito sanmartiniano nos corroboran que “lo que sabemos” sobre San Marín es un reflejo de nosotros mismos, puesto que la utopía de un discurso histórico neutro que reconstruya el pasado “tal como fue” es una empresa imposible.

H.R.F. M.·.M.·.

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